martes, 22 de diciembre de 2009

Sergio Davidovich

Orlando Marinelli
Nuncio Zingale

Beatriz Grimaldi
Norberto Rodriguez







Jose de la Fuente
Silvia Martincich

Susana Barrera


Enrique Echeverría


Rosa Hurtado







viernes, 4 de diciembre de 2009

EL MASCARERO


Guiaba su auto por el camino que todos los días hacíaba su auto por el camino que todos los días hacía; solo que esta vez, su gesto y su ser denotaban el estado de ánimo que lo dominaba. A simple vista se veía que su espíritu y su alma se habían perdido, sabe en que encrucijada de la azarosa vida que había llevado, y los fantasmas de las obras que otrora había escrito o interpretado se habían apoderado de él. Iba arrastrando su cuerpo vestido con una vieja y raída chaqueta de cuero, y se dirigía automáticamente por el camino de cornisa que rodeaba al lago, a su escondite en la montaña, una cueva en la que él había armado el atelier en el que se entregaba a sus fantasías de loco artista practicando su vieja y ahora renovada pasión de mascarero.

En otros tiempos, en su condición de famosos escritor se hubiera detenido a contemplar el maravilloso espectáculo que ofrecían las nubes que empujadas por la baja presión se ahogaban en el espejo estático del lago plateado, confundiéndose mas allá con el horizonte plomizo. El silencio de la mañana era tal que el vuelo de los cormoranes se sentía por kilómetros a la redonda cuando se sumergían en el plata del lago, repitiendo el siniestro duelo de matar con sus picos a las hinchadas truchas preñadas de huevas para darle de comer a sus pichones y sus aleteos siniestros se sentían en el silencio del lago. Había escrito unos sentidos relatos sobre ello, pero hoy lo dominaba sabe que fantasma de una de sus obras y lo delataba su cara, cuando entró en la cueva.

Empezó sabe que alquimia con diversos frascos formando la masa que puso sobre los moldes de caras que había preparado con otro ánimo, el día anterior; parecía querer él mismo castigar su creación y automáticamente, ni bien fueron apareciendo los primeros gestos que él quiso darles, empezó a hablarles enloquecidamente:

--------- esto es por Desdémona; y la parodia de la cara lo miraba detrás de la nada de sus ojos,----------esto es por lo que sufrió, formando sus labios con una mueca doliente, y así sucesivamente fue poniendo gestos de dolor en esa máscara; lo mismo quiso hacer con la otra, pero un susurro lo sorprendió -¡no me hagas doliente!-,justo cuando estaba poniendo lágrimas en sus ojos, esta imploró desde el abismo profundo de los mismos –Hazme feliz ; entonces, súbitamente se detuvo, levantó sus ojos desencajados .Desde el horizonte se infiltró un tímido rayo de sol que iluminó la cueva y su alma, y en un instante los largos dedos apretaron la masa en la comisura de los labios hacia arriba y le dio un gesto mas apaciguado, una dulce y tranquila sonrisa, diciéndole, “toma esta felicidad”, y un ah… de alivio se sintió en el pesado tufo de la cueva.

Ahora las dejo, una que sufra y la otra que disfrute de la placidez de la Gioconda hasta que mañana decida.

Con grandes zancadas arrastró su cuerpo atormentado, cruzó el camino de cornisa; sentado al borde del precipicio, tomó su cabeza entre los brazos y su cuerpo comenzó a sacudirse con un sollozo sin fin.

EMILIA CATALDI

Rosario-Argentina